A  S  T  R  O  B  I  O  G  R  A  F  I  A  S 


José Gregorio Hernández

(Isnotú, 26 de octubre,1864 - Caracas, 29 de junio, 1919)

 

Por Andrés Eloy Mendoza.

Asociación Larense de Astronomía, ALDA.

Octubre 1990

 

Por las manos de la eternidad en las rocas ígneas de las montañas andinas se encuentra un pintoresco pueblito llamado Isnotú, en el Distrito de Betijoque, Estado Trujillo, República de Venezuela. En este bello paisaje venezolano las montañas parecieran buscar empinarse sobre el horizonte para abrazar el cielo y besar al todopoderoso en acción de gracias por tanta belleza. Y el 26 de Octubre de 1864, estos lares son de nuevos benditos por la providencia, esta vez en las personas de Benigno Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla cuando nace de su unión un niño que se llamaría JOSE GREGORIO. Luego de su muerte el pueblo de Venezuela le conocería como "El Siervo de Dios", y la historia de la medicina venezolana lo bautizaría "El Pasteur de Venezuela". Los venezolanos esperamos que con el correr del tiempo se convierta en el primer santo laico de Latinoamérica.

 

     El niño José Gregorio cursó sus primeros estudios en la única escuela del pueblecito, bajo la tutela de don Pedro Celestino Sánchez. Cuando apenas cuenta 8 años de edad muere su madre, quien había sembrado en él la semilla de su profunda devoción cristiana. A los 13 años se separa de su familia y va a Caracas para proseguir sus estudios en el Colegio Villegas. En Junio de 1882 culmina sus estudios de Bachillerato en Filosofía con las mejores calificaciones.

 

     Apenas tenía 17 años José Gregorio cuando ingresa a la Universidad Central de Venezuela para cursar sus estudios de Medicina. Originalmente él quería estudiar derecho, pero su padre le persuadió a estudiar medicina, pues así podría ayudar más a la gente necesitada y aliviaría el dolor de los enfermos. Ya en la Universidad Central entabla una fraternal amistad con Santos Aníbal Dominici, quien sería uno de sus mejores amigos en toda su vida. Durante esta época también cultiva la música y se dedica a aprender a ejecutar el piano. 

 

     El 19 de junio de 1888 se gradúa de Bachiller en Ciencias Médicas, y el 26 del mismo mes eleva a la rectoría su petición junto a los documentos correspondientes para optar al grado de Doctor en Ciencias Médicas. Y el viernes 29 del mismo mes y año, comparece el joven de 22 años ante el jurado examinador, y responde a todas y cada una de las preguntas con firmeza y acierto. El Dr. Vicente G. Guánchez recogió y leyó el veredicto: "Aprobado y sobresaliente, por unanimidad".

 

     Con emocionadas palabras el señor Rector de la Universidad Central de Venezuela, el Dr. Aníbal Dominici le entregó el diploma y sin pensar que pronunciaba una frase profética le dijo: "Venezuela y la medicina esperan mucho del doctor José Gregorio Hernández".

 

     Luego de su grado, el Dr. Hernández viaja a su región natal y estudia la posibilidad de ejercer su carrera allí. Pero encuentra en la zona muchas injusticias del gobierno y no era él persona de callarse ante éstas. En febrero de 1889 escribe desde Isnotú una carta a su amigo Santos A. Dominici donde le cuenta que un amigo le ha dicho que: "en el gobierno de aquí se me ha marcado como godo y se está discutiendo mi expulsión del estado, o más bien si me envían preso a Caracas".

 

     Por esos días le llega una carta de su maestro y profesor el Dr. Calixto González, medico de cabecera del Presidente de la República, el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl.  En ésta le cuenta que el gobierno piensa instituir en Venezuela los estudios de Microscopía, Bacteriología, Histología Normal y Patológica y Fisiología Experimental.  El gobierno ha creado una beca en París para un "joven médico, de nacionalidad venezolana, graduado de Doctor en la Universidad Central, de buena conducta y de aptitudes reconocidas." Y él ha insinuado el nombre de José Gregorio al primer mandatario. El Dr. Hernández regresa a Caracas y por decreto ejecutivo del 31 de Julio de 1889 le nombran becario en París luego de ser seleccionado de entre muchos aspirantes.

 

     De su viaje a París se tiene muy poca información. Se sabe que ya para noviembre está recibiendo clases en el laboratorio de Histología del profesor Mathias Duval. Todos los profesores elogian el celo con que sigue sus cursos y de nuevo se destaca por sus aptitudes para el aprendizaje. Durante su estadía en Francia muere su padre don Benigno el 8 de marzo de 1890. Fue este un rudo golpe para él. Sus compañeros cuentan que duró como un mes muy callado y entristecido.

 

     El Presidente de Venezuela, el doctor Andueza Palacios, informado de los adelantos del becario le confió para su regreso la traída de todo el material e instrumental para crear el Laboratorio Nacional en Caracas. A la llegada del Dr. Hernández, el Presidente dicta el decreto por el cual crea en la Universidad Central de Venezuela los estudios de Histología Normal y Patología, Fisiología Experimental y Bacteriología.

 

     El viernes 6 de Noviembre de 1891, el Dr. Hernández prestó juramento como profesor ante el rector de la Universidad, Dr. Elías Rodríguez. Así inicia él la enseñanza de las Cátedras Histología Normal y Patología, Fisiología Experimental y Bacteriología; instala el laboratorio adquirido por él en Europa por encargo del gobierno venezolano y trae al país el primer microscopio. Con esto se encamina al sitial de eximio propulsor de la era pasteuriana y la medicina experimental en Venezuela.

 

     Comentarios muy favorables se escucharon por el rendimiento del Dr. Hernández como profesor. Entre otros elogios, el Dr. Diego Carbonell dijo: "Hernández fue no sólo el fundador de la enseñanza bacteriológica en Venezuela, sino que ningún otro entre los profesores de la Universidad Central, y despojémonos del orgullo para proclamarlo, ha sabido enseñar como él y con su entereza de educador".

 

     El Dr.  Ambrosio Perea, gran historiador de la medicina Venezolana, en discurso pronunciado el 2 de agosto de 1944, afirmó: "El que imparcialmente estudia las páginas de la historia de la Medicina venezolana encuentra tres fechas trascendentales en la evolución de la Medicina nacional: 1763, 1827 y 1891.  En efecto: el 10 de octubre del año 1763 inaugura la Cátedra de Medicina en la Universidad Real y Pontificia el ilustre Doctor Lorenzo Campíns y Ballester; el 9 de Noviembre de 1827 el Dr. José María Vargas da comienzo a la Cátedra Oficial de Anatomía, después de haber decretado el Libertador, naturalmente por insinuación del Rector Vargas, el 24 de junio del mismo año, la creación de la Facultad de Medicina, que vino a sustituir el antiguo Protomedicato creado por Real Cédula de Carlos III de 14 de mayo del año 1777. Por fin, el 6 de noviembre de 1891 el doctor José Gregorio Hernández inicia la Cátedra de Bacteriología y con ello implanta oficialmente en nuestra alma mater la revolución establecida por Pasteur en el campo de las ciencias biológicas. Tres períodos, pues, abarca nuestra historia médica:

 

El primero de formación de escuela y de facultativos nacionales; el segundo iniciado por Vargas, de reforma y de superación científica, y el tercero, comenzado por Hernández, de revolución de sistema y de imposición de la experimentación en los estudios".

 

     El Dr. Hernández publicó muchos trabajos y artículos. Entre otros hay que mencionar un texto titulado "Elementos de Filosofía". Según los entendidos demuestra aquí su profundo dominio de esta materia. En 1893 publicó en la GACETA MEDICA DE CARACAS un trabajo titulado "Sobre el Número de Glóbulos Rojos".  Este fue enviado al Primer Congreso Panamericano reunido en Washington el 12 de Junio de ese año. En este Congreso se declaró que la Cátedra de Bacteriología fundada por José Gregorio Hernández el año de 1891, era la primera fundada en América.

 

     En 1905, el secretario perpetuo de la Academia Nacional de Medicina, Dr. Luis Razetti promovió en la corporación una polémica sobre la "doctrina de la descendencia de la materia viva en la superficie de la tierra". El Dr. Razetti envió cartas a los académicos para recoger opiniones a favor, en contra, e indiferentes.  La del Dr. Hernández fue de las contrarias. El se pronuncia creacionista. También escribe en su carta: 

 

     "Pero opino además, que la Academia no debe adoptar como principio de doctrina ninguna hipótesis, porque enseña la Historia que, al adoptar las Academias científicas tal o cual hipótesis como principio de doctrina, lejos de favorecer dificultan notablemente el adelantamiento de la ciencia".

 

     El fallo de la Academia fue el siguiente:

     "Que los fundamentos que sirven de base a las mencionadas conclusiones son una consecuencia legítima de lo que la ciencia actual enseña; sin que se entienda que la Academia les presta con su autoridad el carácter de una verdad indiscutible".

 

     Del Dr. Hernández hay muchas anécdotas interesantes y aleccionadoras. Son verdaderos ejemplos para los hombres de nuestra sociedad, sobretodo hoy día que nuestra sociedad está tan descompuesta  por el flagelo de la corrupción.

 

     En una oportunidad se trataba de practicar una pequeña intervención a un conocido médico de Caracas. Colegas que le visitaban creyeron poder descubrir los síntomas del tétanos. Ya habían resuelto aplicarle una inyección de suero antitetánico. En eso llega el Dr. Hernández y lo examina. Como no detecta más que un temblor nervioso le receta una cucharadita de bromidia y repetir si es necesario.  Uno de los facultativos presentes, de elegante porte, que dudaba del diagnóstico del Maestro, recibió de él esta lección: - "Eso no es tétanos; fuera lo mismo que si yo dijese que usted es un hombre chiquitico y enclenque".  Y éste, quizás pensando que la consabida inyección del suero fuera más eficaz, fuese lo indicado, o sucedáneo de la bromidia, le pregunta:

 

-  Pero bien, ¿qué perderíamos con ponerle la inyección?

 

     El Dr. Hernández le responde rápidamente y con sobrada autoridad moral, dando una lección que se agiganta con el correr del tiempo:

 

    - PERDERIAMOS HONRADEZ; PERDERIAMOS MORALIDAD...

 

     En 1908, el Dr. Hernández abandona su patria para irse a la Cartuja y hacerse monje. Luego de diez meses se ve forzado a abandonar su sueño de hacerse monje al no poder soportar el trabajo forzado a que son sometidos éstos. Así, para el 21 de abril de 1909 regresa a su patria. 

 

     La obsesión del Dr. Hernández era hacerse sacerdote y a su regreso ingresa al Seminario Mayor de Caracas y abandona la medicina. Pero un buen día más de treinta universitarios llegaron al seminario para llevárselo de nuevo a la Universidad, y tanto insistieron que el Arzobispo de Caracas, Monseñor Juan Bautista Castro le recomendó regresar a sus aulas a enseñar. El 17 de mayo es nombrado de nuevo titular en la Universidad Central de Venezuela.

 

     El año de 1912 encuentra al Dr. Hernández trabajando arduamente con la idea de crear un Instituto de Bacteriología y Parasitología. Escribe al Presidente Juan Vicente Gómez pidiendo la colaboración del Ejecutivo. Sin embargo, por razones eminentemente políticas, éste ordena el cierre indefinido de la Universidad.  Hernández critica este hecho, y según Fray Nicolás de Cármenes, M.C. dijo:

 

     "...es - me dijo - una injusticia enorme, hasta una crueldad. A muchísimos jóvenes de familias de escasos recursos los inutilizan para la carrera y es difícil que puedan salir airosos con cualquier otro oficio, y muchas familias se han de ver al borde de la miseria debido a esa medida".

 

     En esos días tuvo la oportunidad de hablar con el Presidente Juan Vicente Gómez y no ocultó su descontento por la decisión de cerrar la Universidad. El mandatario, notando su incomodidad, le aconseja no meterse en la política porque ésta es muy complicada. El le responde en forma tajante:

 

    -Pues vea usted, mi General. A mí no me parece tan complicada. Mi política consiste en servir a Dios a través de la ciencia, porque una ciencia sin Dios, es una ciencia carente de sentido.

 

     En 1913, de nuevo abandona su patria el Dr. Hernández para irse al Colegio Pío Latino con la intención de hacerse sacerdote. El invierno europeo le afecta y sufre una fuerte pleuresía la cual le hace regresar a Venezuela para agosto de 1914.  Para entonces ya ha estallado la Primera Guerra Mundial. 

 

     A su regreso de Europa el Dr. Hernández se reintegra a todas sus actividades.  Vuelve a sus clases en la Universidad aun cuando esta permanece cerrada, a sus consultas gratis de los pobres, y sus devociones religiosas.

 

     Una vez más el Dr. José Gregorio Hernández marca pauta en los anales de la medicina venezolana cuando en 1916 introduce a Venezuela el primer aparato para medir tensión arterial. Este primer tensiómetro usado fue del tipo esfigmomanómetro de Potain, y con él el Dr. Hernández tomó la tensión arterial a todos sus alumnos.

 

     En marzo de 1917, el Dr. Hernández de nuevo va a Europa y Estados Unidos con la idea de complementar sus estudios de Embriología e Histología. Por motivo de la guerra mundial no se puede quedar en Europa, y en Estados Unidos tampoco consigue facilidades para quedarse. Visita a su amigo de siempre, el Dr. Santos Aníbal Dominici, quien para ese entonces es Cónsul de Venezuela en Washington.  Pasa por Ciudad de México, y para marzo de 1918 regresa a Venezuela.

 

     De nuevo vuelve al ejercicio de la medicina, y el 13 de junio de 1918, presenta ante la Academia Nacional de Medicina el siguiente trabajo: "Nota preliminar acerca del tratamiento de la tuberculosis por el aceite de chaulmoogra".  Numerosas felicitaciones recibió por este trabajo, entre otros de los doctores González Rincones y Rísquez.

 

     El día 29 de junio de 1919 se firmó el tratado de paz de la primera guerra mundial.  El Dr. Hernández se levantó muy temprano como de costumbre y asistió a misa. Según cuenta el sacerdote jesuita Carlos Guillermo Plaza en su escrito "La Inquietud de los Grandes", esa mañana tuvo el siguiente diálogo con un amigo:

 

    -¿Qué le pasa, Doctor?  ¿Por qué está tan contento?

 

-¿Cómo no voy a estar contento? ¡Se ha firmado el Tratado de Paz...! La Paz del mundo!  ¿Tú sabes lo que eso significa para mí?

 

          El Doctor sonreía y se quedó un momento pensativo, como dudando si entrar o no, en el terreno de las confidencias; por fin levantó la cabeza, y bajito, para los dos solos:

 

    -Mira- le dijo - te voy a hacer una confidencia: yo he ofrecido mi vida en holocausto por la paz del mundo...  Ahora solo falta...

 

     Y una sonrisa alegre y presentida iluminó su semblante.

 

     El amigo tembló ante el presentimiento y la casi profecía de su muerte.

 

     A primeras horas de la tarde llegaron a solicitarle sus servicios médicos para una ancianita muy grave. De inmediato se marchó a atenderla. La encontró tan grave como le habían dicho y como era tan pobre, le compró él mismo los remedios en una Farmacia en la esquina de Amadores. Iba a llevar estos a la ancianita cuando un tranvía que bajaba de La Pastora estaba detenido entre las esquinas de Amadores a Urapal. El Dr. Hernández quiso pasar por delante de éste y no se percató de un automóvil que venía detrás en la misma dirección. El carro lo lanzó contra un poste de teléfonos y cayó sobre la acera con el cráneo fracturado muriendo casi instantáneamente. Así se apagó la luz de la vida física del Pasteur de Venezuela.

 

     Su entierro fue uno de los más apoteósicos que recuerda la ciudad de Caracas.  Según los relatos más de treinta mil personas acudieron a dar su último adiós a este noble hombre y recordemos que para ese entonces la capital distaba mucho de ser la enorme urbe de hoy día. Fue llevado en hombros hasta el cementerio por el pueblo que le veneraba y lloraba, no por políticos e hipócritas. 

 

Rómulo Gallegos, nuestro insigne novelista, escribió:

 

     "Lágrimas de amor y de gratitud, angustioso temblor de corazones quebrantados por el golpe absurdo y brutal que tronchara una preciosa existencia, doloroso estupor, todo esto formó en torno del féretro del Doctor Hernández el más honroso homenaje que un pueblo puede hacer a sus grandes hombres; pero no fue el duelo vulgar por la pérdida del ciudadano útil y eminente, sino un sentimiento más hondo,  más noble, algo que brotaba en generosos raudales de lo más puro de la sustancia humana: un sentimiento que enfervorizaba y levantaba las almas, haciendo de aquel que debiera ser cuadro de desolación un espectáculo consolador.

 

...No era un muerto a quien se llevaba a enterrar; era un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizándonos los corazones; puede asegurarse que en pos del féretro del Doctor Hernández todos experimentamos el deseo de ser buenos."

 

     A pesar de que la majestuosidad de su espíritu lo acerca  a las cosas divinas, la grandeza de su pensamiento lo sublima  en la vasta inmensidad de la ciencia, dicotomía irrefutable a través de los tiempos. José Gregorio Hernández seguirá siendo epónimo de entrega para con el prójimo y abnegación en el trabajo.

 

BIBLIOGRAFIA

CACUA PRADA, ANTONIO.  "José Gregorio Hernández; Medico y Santo". Editorial Planeta.

ANGULO-ARVELO, L. A.  "Historia de la Medicina en Venezuela". Ediciones OBE, Universidad Central de Venezuela.

NUÑEZ PONTE, J. M.  "Dr.  José Gregorio Hernández".  Imprenta Nacional, 1958.

DIAZ ALVAREZ, MANUEL.  "El Médico de los Pobres".  Ediciones Paulinas, 1988.

GUERRERO, ALFONSO.  "Cristianos de Hoy".  Ediciones Paulinas, 1988.